Redadas y violencia
Desde principios de año y como consecuencia de los decretos ejecutivos de Donald Trump se han generalizado las redadas contra los inmigrantes pobres y urbanos ... en varios estados de EE UU y en ciudades como Atlanta, Chicago, Miami, Nueva York, Phoenix o San Diego. Al mismo tiempo, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas norteamericano, controla y detiene a éstos en su lugar de trabajo, en las escuelas y colegios donde estudian sus hijos, en hospitales, iglesias, parques públicos... Y no son sólo hispanos, sino que incluye a negros, indígenas nativos y cualquier persona con rasgos no europeos. Bajo la generalización de que son criminales violentos, la sociedad estadounidense se está impregnando de un miedo generado de forma artificial y que define la triste realidad de quienes están realizando trabajos domésticos, de construcción de infraestructuras y de recolección agrícola. Y es conveniente no olvidar que ya en la era Biden se detenía a unos 300 diarios, aunque ahora se aspire a que sean tres mil.
La política migratoria de persecución y brutalidad de Trump es una repetición de su pasado mandato, pero ahora con acuerdos con otros países para que actúen como barreras de contención, convirtiéndolos en cómplices de su estrategia represiva. Las algaradas que se están produciendo en la ciudad de Los Ángeles (California) son la última manifestación de la agresiva política antiinmigración que Trump quiere aplicar en el país y de ahí que éstas le hayan venido muy bien para justificar sus argumentos, para controlar la ciudad con casi cinco mil miembros de la Guardia Nacional y de los marines y, finalmente, para mostrar su fuerza y determinación en un escenario público ideal, una ciudad y un Estado controlado por los demócratas.
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El subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, considerado ampliamente como el artífice intelectual de la política de deportación, ha manifestado su satisfacción, mientras que el gobernador de California, Gavin Newsom, demócrata y destacado crítico del presidente, define la situación como «provocación deliberada» y «fantasía desquiciada de un presidente dictatorial» al que el pasado lunes decidió demandar.
Este presidente decidió, supuestamente para contener los disturbios, usar una ley federal poco utilizada que permite a la máxima autoridad del país el despliegue de la Guardia Nacional bajo ciertas circunstancias específicas. La disposición especial del Código de las Fuerzas Armadas contempla tres circunstancias bajo las cuales el presidente puede poner bajo control federal a la Guardia Nacional, una de las cuales es la «rebelión contra la autoridad del Gobierno». A Donald Trump le encanta ir por libre y en circunstancias como estas se mueve como pez en el agua. Y, además, sabe que las profundas raíces del trumpismo en la sociedad estadounidense, que van más allá de los episodios electorales, sustentan su mensaje. Este movimiento reaccionario, en el sentido estricto del término, que implica una reacción colectiva y multiforme a los profundos cambios que han acaecido en EE UU en las últimas décadas, ha llegado para quedarse, al menos hasta que el desastre sea irremediable.
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