El último empeño en las guerras que rodean Europa consiste en demostrar quién tiene el misil más largo. En respuesta a los misiles que Biden ... ha entregado a Ucrania, Vladímir Putin ha respondido con uno hipersónico que vuela a 9.000 kilómetros/hora, capaz de burlar todas las defensas. Más abajo, Benjamín Netanyahu, cerrado a toda solución dialogada que no sea el bombardeo, lanza sobre Palestina misiles hiperterráqueos capaces de destruir los túneles de Hamás.
Palestina y Ucrania sufren destinos similares: son territorios invadidos y ocupados por sus brutales vecinos. Los Mig rusos que destruyen Ucrania tienen un gran parecido con la poderosa aviación judía que machaca a la población civil de Gaza. ¿Y acaso la estrategia de acusar automáticamente de antisemitismo a quien critica los bombardeos israelíes no es la misma que la del Kremlin cuando tacha de nazis a quienes critican sus maniobras? ¿Y la espiocracia de Putin no recuerda a los espías del Mosad, con métodos igualmente siniestros?
Por esos paralelismos, uno, poco ducho en cuestiones políticas, había dado por hecho que Volodimir Zelenski estaría al lado de Gaza y sentiría simpatía por la kufiya antes que por la kipá. Pero qué va. Al contrario, resulta paradójica su actitud pro Israel, que poco favor le hace, contradictoria con el apoyo que luego reclama para su Ucrania ocupada. En general, el presidente Zelenski es un hombre que habla bien, aunque con cierta tendencia retórica a expresarse en alejandrinos y en frases lapidarias que quedan muy bien en titulares. No puede decirse que se haya confundido en su apoyo público al genocidio interminable que Israel está cometiendo en Palestina. Su doble rasero al juzgar a Putin y a Netanyahu desprestigia su discurso. Como ha afirmado Josep Borrell, no puedes criticar los crímenes de guerra de Moscú mientras aplaudes los crímenes de guerra de Tel Aviv.
Esa contradicción quizá tenga que ver con el hecho de que Zelenski sea judío y sienta sobre sí el peso de la historia. En tiempos no tan lejanos, Kiev era llamada la 'Jerusalén de Rusia' y su numerosa población hebrea despertaba el recelo de los ucranianos, que desencadenaban frecuentes pogromos contra ella. En su novela 'El hombre de Kiev', Bernard Malamud describe el profundo antisemitismo de la población ucraniana. Y ahora Zelenski está adoptando en Kiev la misma postura que Olaf Scholz en Berlín, afectado por el síndrome que sufre Alemania, que sigue atormentada por la culpa y se siente obligada a restañar el daño causado por la brutalidad del Holocausto.
La guerra de Ucrania pronto cumplirá tres años, y tres años son demasiados años como para seguir pensando que se trata de una crisis pasajera que terminará con un apretón de manos a regañadientes y cada uno a su sitio. La potencia y el alcance de los misiles va creciendo y la solución no será fácil.
Del mismo modo que hasta el siglo XX se creía que no podían suceder dos guerras en poco tiempo, puesto que se necesitaba una generación intermedia para reponerse de la carnicería y de los desastres de la lucha, ahora también existía la creencia de que, con la Unión Europea y el paraguas de la OTAN, no podía desencadenarse una nueva guerra por estos pagos. Después de ochenta años sin grandes conflictos bélicos en Europa, quizá el periodo más largo de su historia sin un enfrentamiento armado entre naciones, creíamos que en este viejo y entrañable continente habíamos consolidado la paz. Pero asoma el riesgo de que solo haya sido una larga tregua.
Empieza a dar miedo este mundo enloquecido, regido más por fanatismos nacionalistas, religiosos, étnicos que por los derechos humanos universales, más por las bajas emociones que por la reflexión serena. Las emociones están muy bien en la literatura, pero en la política impiden alcanzar la respuesta correcta porque desvían la pregunta adecuada. Cuando en la política las emociones sustituyen a la reflexión, los misiles terminan sustituyendo a los tratados.
Aunque arriesgado, ahí va un supuesto de lo que ocurrirá en el inminente 2025, en el que dos guerras con los mismos crímenes tendrán dos resultados diferentes. Donald Trump, para quien el verdadero enemigo es China, ha anunciado que intervendrá como pacificador, aunque con un personaje así nunca se sabe el resultado. El anuncio es como una broma atómica, como encargarle a un pirómano la vigilancia de los incendios en el monte. Presionará para conseguir la paz en Ucrania y lo urgente impedirá resolver lo importante, el grave problema de fondo que seguirá acumulando yesca en la zona. Como Trump es 'amigo' de Putin, lo convencerá para retirarse de Ucrania, aunque le permitirá quedarse con el Dombás y con Crimea, tan ligada a la historia de Rusia que Rusia nunca renunciará a ella.
Y como Trump también es amigo de Netanyahu, se tapará los ojos con el flequillo y le dejará las manos libres para seguir carbonizando Gaza a fuerza de metralla y pólvora para expulsar de su tierra a los palestinos, hasta anexionársela de facto.
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