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Julio Arrieta
Jueves, 8 de mayo 2025
Tenemos Papa y se llama León XIV. El hasta ahora cardenal Robert Francis Prevost ha escogido ser llamado León como nombre pontifical, que fue llevado por última vez por León XIII, Gioacchino Vincenzo Raffaele Luigi Pecci (Carpineto Romano, 2 de marzo de 1810-Roma, 20 de julio de 1903), un pontífice admirado por los tradicionalistas. Es una decisión para la que no se suele disponer de mucho tiempo, apenas unos instantes. Pero es importante porque, además de un acto profundamente personal, esta elección es también un acto estratégico, ya que puede ser entendida como toda una declaración de intenciones. Al llamarse León, el nuevo Sumo Pontífice nos apunta que su pontificado puede tener un tono bastante más conservador que el de Francisco.
León XIII fue una figura compleja, en la que se dieron rasgos modernizadores como conservadores y cuyo pontificado estuvo marcado por su esfuerzo por reconciliar la fe con la modernidad. Su encíclica más recordada fue 'Rerum Novarum' (1891), considerada la piedra angular de la Doctrina Social de la Iglesia. Abordó las condiciones de los trabajadores en la era industrial, condenando tanto el capitalismo desenfrenado como el socialismo marxista. Defendió los derechos de los trabajadores, como salarios justos y el derecho a formar sindicatos, lo que desde un punto de vista puramente social fue un paso progresista para la época. Por otro lado, mantuvo una visión tradicional de la autoridad papal, la moral católica y la oposición al liberalismo secular. Su rechazo al modernismo y su defensa de la jerarquía eclesiástica reflejan esta postura.
Dejando a un lado a San Pedro, que recibió este nombre del mismo Jesús, el primer Papa que eligió un nombre pontifical diferente al de su bautismo fue Juan II, en el año 532. Prefirió llamarse así porque su nombre original, Mercurius, estaba asociado con un dios pagano romano, lo que consideró inapropiado para un Papa. Esta decisión marcó el inicio de la tradición de adoptar un nombre pontifical diferente al de nacimiento, que no acabó de consolidarse hasta el siglo XI.
Casi dos mil años de historia de la Iglesia han dado para que la lista de nombres papales sea muy diversa, con algunas inclusiones pintorescas (a nuestros ojos), como Agatón o Sisinio, por mencionar solo dos. Aunque hay algunos nombres que se han repetido con más frecuencia. Los más repetidos han sido Juan (con 22 papas, porque por un error de numeración no hubo un Juan XX), Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (14), Inocencio (13), León (13) y Pío (12).
Los motivos detrás de la elección de estos nombres suelen reflejar afectos personales, devociones espirituales, admiración por pontífices anteriores o santos, referencias familiares, mensajes simbólicos o una mezcla de todo ello. En todo caso, apuntan el tono que va a mantener el pontificado.
Los Papas más recientes no tuvieron mayores problemas en explicar en algún momento las razones para escoger sus nombres. Así, Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli, 1958–1963) eligió su nombre por razones tanto personales como espirituales. Juan era el nombre de su padre (Giovanni), pero también el de la parroquia donde fue bautizado, dedicada a San Juan Bautista. Roncalli sentía especial devoción por Juan, el hombre que bautizó a Jesús, y lo consideraba como un buen símbolo de humildad. Pero además rehabilitó el nombre, 'manchado' porque el último Papa que lo había llevado fue el 'otro' Juan XXIII, un antipapa del siglo XV. La elección de Roncalli reflejó bien su intención de ser un Papa pastoral y accesible.
Pablo VI (Giovanni Battista Montini, 1963–1978) optó por llamarse Pablo para honrar a San Pablo, conocido como el Apóstol de los Gentiles por su labor misionera y su papel fundamental en la expansión del cristianismo en sus primeros tiempos. Montini quería subrayar el espíritu evangelizador, especialmente en un mundo muy secularizado. También se inspiró en la idea de San Pablo como un puente entre culturas, algo que Montini buscó al continuar las reformas del Concilio Vaticano II, inaugurado por su predecesor. Su elección subrayaba su compromiso con el diálogo ecuménico y la apertura de la Iglesia al mundo, que se materializó en sus viajes, pues fue el primer Papa viajero.
Juan Pablo I (Albino Luciani, 1978) fue el primer sumo pontífice en escoger un nombre compuesto. Lo hizo como homenaje a sus dos antecesores inmediatos, Juan XXIII, quien convocó el Concilio Vaticano II, y Pablo VI, que lo concluyó y fue mentor del propio Luciani. Este gesto simbolizaba su intención de continuar el espíritu renovador del Concilio y combinar la humildad pastoral de Juan XXIII con el enfoque intelectual y reformista de Pablo VI. Su elección fue una presentación clara de su intención continuista respecto a las reformas conciliares y de su estilo accesible, que desgraciadamente no pudo demostrar a causa de su muerte repentina. Su pontificado solo duró 33 días.
Juan Pablo II (Karol Wojtyla, 1978–2005) no tuvo que dar demasiadas explicaciones sobre su opción, que habló por sí misma. Juan Pablo II se llamó así para honrar a su predecesor, Juan Pablo I, cuya muerte inesperada causó un fuerte impacto en la Iglesia. También fue un gesto de continuidad con Juan XXIII y Pablo VI, a quienes Juan Pablo I había homenajeado. Wojtyla admiraba el enfoque pastoral de Juan XXIII y la labor misionera de Pablo VI, y quiso seguir el legado de ambos mientras llevaba la Iglesia a un escenario global. Como primer Papa polaco, su elección de un nombre familiar, conectado con la tradición romana, reflejó su deseo de hilar tradición y novedad.
Benedicto XVI (Joseph Ratzinger, 2005–2013) escogió su nombre con dos figuras de la historia de la Iglesia en mente muy diferentes entre sí. Por un lado, San Benito de Nursia, fundador del monacato occidental y patrono de Europa. Por otro, Benedicto XV, el pontífice que durante la Primera Guerra Mundial intentó mediar para alcanzar la paz. Ratzinger, un teólogo conservador, veía en San Benito un sólido modelo de espiritualidad tradicional. La referencia a Benedicto XV reflejaba su deseo de promover la reconciliación en un mundo dividido.
Francisco (Jorge Mario Bergoglio, 2013–2025) destacó porque prefirió adoptar un nombre que nunca antes había llevado un Papa, algo que no pasaba desde Lando, en el siglo IX. Bergoglio eligió llamarse Francisco en honor a San Francisco de Asís, aunque, al ser jesuita, al principio también se interpretó como un homenaje a San Francisco Javier, a San Francisco de Borja o a ambos.
El mismo Bergoglio aclaró la cuestión en una audiencia ante 5.000 periodistas: «Algunos no sabían por qué el obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, otros en Francisco de Sales o en Francisco de Asís. Yo os contaré la historia. En la elección, tenía a mi lado al arzobispo emérito de São Paulo y prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Cláudio Hummes, ¡un gran amigo, un gran amigo! Cuando la cosa estaba siendo peligrosa, él me confortaba y cuando los votos llegaron a ser dos tercios, y estalló el habitual aplauso de cuando se elige al papa, él me abrazó y me dijo: '¡No te olvides de los pobres!' Y esas palabras me entraron muy dentro: ¡los pobres, los pobres! Después, inmediatamente en relación con los pobres, pensé en Francisco de Asís. Pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía, hasta concluir la votación. Y Francisco es el hombre de la paz y así ha llegado a mi corazón el nombre de Francisco de Asís. El hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia lo creado: Y en estos tiempos nuestra relación con la naturaleza no es demasiado buena, ¿verdad? ¡Cuánto desearía una Iglesia pobre para los pobres!»
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