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No es la primera vez que Estambul intenta convertirse en el escenario sobre el que Rusia y Ucrania avanzan hacia la paz. Lo hizo poco ... después de que Vladímir Putin decidiese lanzar una invasión total sobre el país vecino. En marzo de 2022, delegaciones de alto nivel de ambos bandos se dieron cita en la principal ciudad turca para afrontar las grandes diferencias que les separaban, y que son muy similares a las que Rusia continúa esgrimiendo para justificar su agresión: el acceso de Kiev a la OTAN, la soberanía de la península de Crimea -anexionada en 2014-, el estatus del idioma ruso y el tamaño de las Fuerzas Armadas de Ucrania.
A pesar de la gravedad de la situación en aquel momento, el Comunicado de Estambul parecía acercar las posiciones en algunos puntos. Según el borrador del acuerdo, que nunca se llegó a firmar, Ucrania aceptaba convertirse en un estado neutral cuya seguridad garantizarían Reino Unido, China, Estados Unidos, Francia y la propia Federación de Rusia, que también quería incluir a Bielorrusia y que rechazó a Turquía de esa lista. Desde Kiev muchos recordaron que Putin ya había violado el Memorandum de Budapest, firmado en 1994, por el que Ucrania cedió su arsenal nuclear a cambio de la garantía de que el Kremlin respetaría su soberanía, pero Zelenski apostó por confiar de nuevo.
No obstante, había diferencias insalvables y asuntos que Kiev incluso se negó a discutir, como los desarrollados en los artículos 11 y 12 del borrador, que estipulaban la obligación de convertir el ruso en idioma cooficial -el presidente turco Recep Tayyib Erdogan afirmó que Ucrania estaría dispuesta a aceptarlo finalmente- y de combatir la propaganda neonazi, algo que los líderes ucranianos recordaron que ya se hace con la legislación actual.
Otro de los puntos más contenciosos giró en torno al tamaño del ejército ucraniano. Kiev propuso una dotación de 250.000 efectivos, mientras que Rusia exigía un límite de 85.000. En el armamento que se le permitiría tener al país invadido tampoco hubo consenso: Ucrania propuso 800 tanques, mientras que Rusia quería 342; Kiev propuso un alcance limitado para sus misiles de hasta 280 kilómetros, mientras que Moscú respondió con 40 kilómetros.
Al final, todo se desmoronó por diferentes factores, entre los que destacan las reticencias de los países occidentales a proporcionar las garantías de seguridad que demanda Zelenski (y que tampoco Trump quiere ofrecer) y la sensación que imperaba entonces en Ucrania de que el país podría repeler la invasión. No en vano, había logrado liberar las zonas ocupadas más cercanas a la capital.
Han pasado tres años y la historia se repite. Curiosamente, incluso el negociador que ha enviado Putin, Vladimir Medinsky, es el mismo que entonces lideró la delegación del Kremlin. Aquellas negociaciones fueron un fracaso, y muchos temen que las de ahora también lo vayan a ser. Si es que finalmente se materializan. No obstante, hoy es Rusia la que avanza en el frente de guerra -aunque muy lentamente- y Occidente no parece capaz de hacer la presión suficiente para que Putin cambie de opinión. Rusia ha encontrado aliados alternativos para mantener a flote su economía -sobre todo China e India- y su presidente tiene pocos alicientes para negociar con seriedad. Ganar tiempo, sin embargo, sí que le interesa.
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