Crítica de '28 años después': corre, corre que te muerdo
La saga continúa en manos de dos cineastas de peso que cumplen en términos de evasión pero no rematan un filme de tono algo desvencijado rodado con energía
Hay dos películas confrontándose internamente en '28 años después'. Dos filmes diferentes que se pegan entre sí, dando lugar a un tono cinematográfico errático que no afecta al ritmo y menos al entretenimiento, pero deja un poco amargo. El nuevo filme del cineasta británico Danny Boyle, de filmografía tan ecléctica como sugestiva, esconde una historia de estética malsana, con una atmósfera opresiva y enfermiza que brilla en la primera hora del metraje para dar paso a una aventura de supervivencia más, con no-muertos de por medio, léase infectados, que ofrecen algunos momentos ridículos que enturbian el cierre de una trilogía que, en realidad, supone la apertura de un nuevo ciclo para el que se anuncian dos continuaciones cuya producción completa está en el aire (como 'Horizon' de Kevin Costner).
'28 días después', el comienzo de todo, se estrenó en cines en 2002 tras su paso por numerosos festivales de cine fantástico de todo el mundo. Su éxito permitió a su máximo responsable recuperar cierto prestigio tras el fracaso de sus experiencias en el marco de Hollywood. Convertido en su momento en el paradigma de la modernidad, empujado por el éxito de 'Trainspotting', regresó a sus orígenes de la mano de un film de bajo presupuesto, rodado en formato digital, una novedad por aquel entonces. Emocionante, especialmente para quien recuerde aquella época, la utilización de imágenes de archivo resultó innovador en su momento, mostrando una Gran Bretaña bajo el terror de una invasión de zombies que corrían como diablos.
Boyle jugó entonces con las nuevas tecnologías y los milagros de la post-producción, con el objetivo de conseguir una pieza rompedora que coqueteaba con el look semidocumental y adaptaba el cine «british» a los nuevos tiempos con un montón de referencias, desde Ken Loach a 'La noche de los muertos vivientes'. Desde entonces los cadáveres andantes, rebautizados como infectados, pueden andar rápido y galopar, una situación mucho más escalofriante. Zombies o infectados, una de las cuestiones más discutidas entre los aficionados al subgénero. '28 días después' contó con guion de Alex Garland, quien repite en '28 años después'. '28 semanas después', dirigida por el español Juan Carlos Fresnadillo, cuya secuencial final es apabullante –Robert Carlyle huyendo despavorido de una horda de infectados, abandonando atrás a su familia-, no contó con el talento visual de Boyle ni la mano del director de 'Civil War', pero dejó alto el listón.
La nueva entrega, como anticipábamos, empieza con fuerza, con una tensión envolvente, eficaz narrativamente, con un montaje osado que experimenta con el lenguaje audiovisual –insertando fragmentos de archivo en la era TikTok-, hasta llegar a un punto y aparte que invita a un viaje diferente, con un diseño de sonido y banda sonora a tener en cuenta. Una travesía densa que en su desarrollo atolondrado también exhibe imágenes poderosas y se atreve con algunas ideas tan audaces como irrisorias: el parto zombie, el espécimen macho alfa, los cazadores saltimbanquis, The Kelly Family puestos de anfeta… La acción rompe la lógica y se permite homenajear, consciente o inconscientemente, al coronel Kurtz de 'Apocalipsis Now', con Ralph Fiennes desenvolviéndose como pez en el agua interpretando a un lobo solitario que convive con las bestias y se dedica a construir un santuario repleto de calaveras y huesos. Un personaje místico, fuera de sí, dada su notable inteligencia, que intenta entender el caos que le rodea sin una respuesta fiable.
Los infectados de '28 años después' son trogloditas en pelota picada, más cerca de los salvajes tebeos de la serie 'Crossed', guionizada por Garth Ennis –que cuenta con una recomendable adaptación apócrifa, 'The Sadness'-, que de la propia mitología de una saga retomada en plena moda interminable del cine y las series de zombies. Jodie Comer no tiene derecho a lucirse, no la dejan, mientras Aaron Taylor-Johnson encarna a un padre machirulo, bravucón y hedonista, del que reniega inevitablemente su hijo, el verdadero protagonista de un filme que también podemos entender como un coming on age desmesurado. El joven Alfie Wiliams, casi debutante, es el pequeño héroe que acaba huyendo de la familia, infectada por un torbellino de traumas en una aldea aislada. La última película de Boyle, al que le pueden los ramalazos videocliperos, se toma demasiado en serio a sí misma cuando persigue el horror y se decanta por el delirio cuando menos te los esperas, sin que las piezas encajen como deben, a pesar del indudable espectáculo. Veremos cómo evoluciona el Apocalipsis.
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